domingo, 21 de noviembre de 2010

Una noche más en el círculo.

Los sentimientos me envuelven. Mis oídos se bloquean para el murmullo de la sala y sólo puedo escuchar la música que forma su voz y el resto de instrumentos. Sólo puedo recordar y descifrar la letra de ese tango que tantas cosas me quiere arrancar. 
Su voz grave y las vibraciones del violín al rozar el arco con la cuerda me ponen los pelos de punta. Absolutamente todos los poros de mi piel intentan abrirse para recibir también esa triste melodía e inundar mi sangre.
No puedo ni parpadear para no perder(me) ni una sola nota. Y es que su voz desgarrada de emoción, me desgarra el corazón y mis ojos lloran porque duele. Duele tanto que grito una y otra vez: ¡Bravo! porque quizás, escuchar su voz, el sonido de las cuerdas frotadas por el arco del violín, el gemido frágil, brillante y contundente del acordeón y los acordes, notas de paso, floreos y dedos corriendo por encima de las teclas del piano, puedan calmar(me) a este compañero que no quiere olvidar(me) lo que en principio ya es agua pasada.

Gracias, Ritango.
                    Gracias, Círculo.











Nami!

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