jueves, 25 de noviembre de 2010

¡Menudo enano el que se hace grande!

Hoy, hace catorce años de que mi madre se quedó muy a gusto de expulsar al cerebrito de mi hermano al mundo (Obviamente, no a propulsión).
Sí, sí! Ya son catorce añazos que hace que tuve un hermano pequeño. Dejé de ser la enana para siempre.
Es curioso, como a medida que pasaban los años voy recordando más cosas, como es normal, y precisamente con él he hecho casi que casi una limpieza de los malos momentos y sólo me he quedado con los buenos. Al contrario, por ejemplo, que de otra mucha gente que te quedas con un "fifty fifty" de todo, más o menos. Pero con él no.
Mi hermano pequeño es...
Un petardo. Está claro, si no, ya no sería un hermano pequeño en condiciones.
Un cerebrito. Puedo contar las veces que le he visto estudiando con las manos y me sobran dedos... Muchos dedos. Lo peor o lo mejor, es que ha suspendido solamente una en su vida y en un trimestre. Qué envidia!
Un fantástico guarda espaldas. ¿Cuántas le deberé ya?
Un vago, un perezoso, lento, chinche... Un enano.
Un puntazo, alguien a quien regalar tu confianza... Un amigo.
Simplemente es él. Ese enano que siempre ha hablado a la perfección, que se interesaba más por el mando que por mi hermana recién nacida, que sacaba dieces en matemáticas sin abrir el libro y que puede tirarse las horas en casa tocando la guitarra, el bajo o leyéndose las enciclopedias de biología y matemáticas.



Felicidades, idiota.  
Que estos catorce sean diminutos para todos los que te quedan.
Los que nos quedan.







Nami!

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