martes, 17 de mayo de 2011

Pensé y me equivoqué.

Entre clase y clase, te echo de menos.
Entre libro y libro, te echo de menos.
Entre risa y risa, te echo de menos.
Entre examen y examen, te echo de menos.
Entre hora y hora, te echo de menos.
Entre noches y noche, te echo de menos.
Entre día y día, te echo de menos.
...
Y entre mes y mes, estación y estación, puentes y puentes, vacaciones y vacaciones...

Pensé que me había acostumbrado a ella, a la distancia.
Pensé que no volvería a necesitar ese puto abrazo tanto como la primera vez.
Pensé que no volvería a gritarle que viniese aun sabíendo que no existe ese tipo de magía, que yo no creo en los milagros.
Pensé, llegué a pensar, que nada era tan importante allí ya, como para tener que volver a ir, siempre que tu pudieses venir, aunque sea, un poquito más cerca... Pero una vez más, pensé mal.
Pensé que no volvería a dolerme tu ausencia tanto como para escribir sobre ello.
Pensé que estar ocupada no me dejaría pensarlo.

Pensé muchas cosas y creí que eran ciertas hasta que tú me echaste de menos, hasta que dejé de mentirme.
Dejé de ocultarme entre tanto muro de piedra, por muy duras que sean, todo lo sobrepasa.
Dejé de soñar con ello simplemente, por no recordar.
Dejé de repetirme que te necesitaba...
Dejé de hacer muchas cosas para luchar contra ellas, para que el tiempo pasase más rápido y ese día llegase pronto.
Para que no se me haga tan dura la puta distancia que no me deja tranquila.

Pero dos palabras bastó para derruir todo lo construido porque una mentira se cae por su propio peso.

Nami!

martes, 3 de mayo de 2011

Lunes.
Llego tarde a clase. Voy rápido. No puedo más.
Le veo. Su mirada serena y paso tranquilo me calma.
Martes.
Llego normal y pese a que no tengo ningún problema o frustración matutina, vuelvo a verle y otra vez siento lo mismo que el día anterior, que el resto del curso.
Así pasan miércoles, jueves, viernes y otra vez lunes, martes, miércoles, jueves, viernes...
Un día, de repente y habiéndolo visto el día anterior dejé de verle pese a que lo busqué con la mirada.
No era normal que ese señor faltase a su cita diaria con la calle Juan Carlos I.
No lo vi.
Al día siguiente tampoco, ni al otro, ni al otro, ni al otro...
Semanas después volví a verle, en el periódico. Había muerto.
No conocía de nada a ese hombre de mediana edad de mirada serena y paso tranquilo más que de cruzarnos al pasar una mañana tras otra de camino al instituto. Una tras otra, tras otra y tras otra. Pero no pude evitar que se me escapasen unas largrimillas al verle ahora ahí.
No sabía nada de él. Simplemente me había acostumbrado a su presencia.

Nami!