Mientras, varios botes de aguarrás, a los que llamo amigos, cada vez se definen más, y frotan que te cagas. Unos son constantes, expulsan un chorrillo de aguarrás cada día, sin importarles que me esté dando cuenta o no. Otros desde la distancia, son capaces de dejar limpio un buen cacho con la telepatía. Y, unos cuantos más, echan chorros enormes de vez en vez, de higos a brevas.
Hay un bote, especialmente constante, que lleva siéndolo mucho tiempo y yo empiezo a darme cuenta ahora. Su marca es Lucía, y os prometo que no lo han hecho los niños de china, su chorro es fino y dulce, alegre, reconfortante. Disponible antes de que yo le pida su disponibilidad. Necesario.
Y ahora, después de no sé cuántos años, comprobando que no se gasta, pienso mimarlo hasta su última gota, siendo yo también otro bote, que contribuirá a que con la alegría que limpia los borrones en los ánimos de quienes le rodean no se gaste nunca.
Nami!
No hay comentarios:
Publicar un comentario