miércoles, 5 de octubre de 2011

Obviamente, no puedo volver del todo sin escribirte a ti: pequeña y desconsolada distancia, gran y agónica hija de puta.
Sigo sintiendo como pasan los meses, los días, las horas, los minutos, segundos y hasta milésimas. Sigue pasando el tiempo y yo sigo sin verte, sin tenerte, ni rozarte.
Lo que más me duele es que he dejado de soñar. No me malinterpretéis, tengo muy claro que iré y además lo antes posible pero, no sé, ya no me acuesto y sueño con verla, con tenerla, ni con rozarla. Tengo asumido que hay muchos kilómetros que nos separan y eso no va a cambiar. No va a quebrarse la tierra y volverse a unir por Jaén y Badajoz, tragándose a todo lo que hay en medio. Si pudiese pasar, tampoco procede.
Y es que la tengo siempre presente, no pasa un día, ni siquiera una hora que no la nombre o no me acuerde de ella. No pasa un instante que la olvide, ni un segundo que no la desée aquí, conmigo.
Ayer, hablaba de que la dependencia no es buena. Hoy, digo que a veces es inevitable.
Hoy, digo que me hundo si no estás a mi lado, luego, diré que no es para tanto y, en algún momento del mañana, te abrazaré y diré: que sí, que si que lo era.
Distancia, vete. Lárgate.
Déjame vivir con ella a diario, déjame sentirla cada mañana.
Déjame que mi apoyo se haga físico y que no me caiga cada vez que sueño con estrujarla.
Déjame. Déjanos.

Nami!

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